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viernes, 18 de noviembre de 2016

PALABRA Y VIDA DEL JUEVES 17/11/2016




Tiempo Ordinario/33°  Salterio 1° Semana. Tomo IV
Jueves 17 Noviembre









Santos ISABEL DE HUNGRÍA re nif, Acisclo mr,
Aniano ob, Hugo ob, Hilda ab, Filipina Duchesne rl,
Juan del Castillo pb mr

Papa Francisco: El Señor llora por el cierre del corazón de la ciudad elegida, el pueblo elegido. ¡No tenía tiempo para abrirle la puerta! Estaba demasiado ocupada, demasiado satisfecha de sí
misma. Y Jesús sigue tocando a las puertas, como ha llamado a la puerta del corazón de Jerusalén: a las puertas de sus hermanos, de sus hermanas; a nuestras puertas, a las puertas de nuestros corazones, a las puertas de su Iglesia. Jerusalén se sentía feliz, tranquila con su vida y no tenía necesidad del Señor: no se había dado cuenta de que necesitaba la salvación. Y por eso ha cerrado su corazón ante el Señor. El llanto de Jesús por Jerusalén es el llanto por su Iglesia, hoy, por nosotros. Y de esto tenía miedo Jerusalén: de ser salvada por el camino de las sorpresas del Señor. Tenía miedo del Señor, de su Esposo, de su Amado. Y así Jesús llora. Cuando el Señor visita a su pueblo, nos trae la alegría, nos lleva a la conversión. Y todos nosotros no tenemos miedo de la alegría ¡no!. Pero sí de la alegría que trae al Señor, porque no podemos controlarla. Tenemos miedo de la conversión, porque convertirse significa dejar que el Señor nos guíe.




PALABRA
Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus ene-
migos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrastrarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida».

ORACIÓN:
Apocalipsis 5,1-10; Salmo 149,1-6.9 • LUCAS 19,41-44
SEÑOR, me conforta verte con sentimientos humanos, hasta llorar con misericordia, por tu Ciudad Santa, previendo su destrucción. Esto me da a entender tu disgusto cuando abandono la casa paterna, y tu alegría cuando recobro la dignidad de hijo de Dios. ¡Que comprenda en este día lo que conduce a la paz y a la salvación, y no pierda el tiempo en ocupaciones estériles o, peor, perniciosas! Sólo podré escapar de los enemigos que me cercan cuando robustezcas mi fe y esté perfectamente unido a tu corazón misericordioso por la amistad. (Sigue tu oración personal).

Porque no reconociste

el momento de mi venida.






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