Papa Francisco: Jesús permite que el mal se ensañe con Él y lo carga sobre sí para vencerlo. Su pasión no es un accidente; su muerte -esa muerte- estaba «escrita». En verdad, no encontramos muchas explicaciones. Se trata de un misterio desconcertante, el misterio de la gran humildal de Dios: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito» (Jn 3,16). Pensemos mucho en el dolor de Jesús y digámonos a nosotros mismos: esto es por mí. Incluso si yo hubiese sido la única persona en el mundo, Él lo habría hecho. Lo hizo por mí. Besemos el crucifijo y digamos: por mí, gracias Jesús, por mi. Cuando todo parece perdido, cuando ya no queda nadie porque herirán «al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño» (Mt 26,31), es entonces cuando Dios interviene con el poder de la resurrección. La resurrección de Jesús no es el final feliz de un hermoso cuento, no es el happy end de una película; sino la intervención de Dios Padre allí donde se rompe la esperanza humana. En el momento en el que todo parece perdido, en el momento del dolor, en el que muchas personas sienten la necesidad de bajar de la cruz, es el momento más cercano a la resurrección. La noche se hace más oscura precisamente antes de que comience la luz. En el momento más oscuro interviene Dios y resucita.
ORACIÓN:
CRISTO JESÚS, en este día de sepulcro, aún quedan ecos de la tarde cruenta del viernes, queda sin respuesta tu grito desgarrador -Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, queda la esperanza. Mañana al alba, verás y veremos, que el Padre nunca te ha abandonado y veremos que tu muerte se convierte en fuente de vida para ti y para el mundo. Me quedo con tu madre, que desde la Cruz