lunes 26
Evaristo; Bernardo;
Rogaciano
XXX del TO.
2° del salterio
Rom 8,12-17 / Sal
67 / Lc 13,10-17
Lucas 13, 10-17
Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados». Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años,¿no había que soltarla en sábado?». A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.
La persona y su dolor es lo primero
El principio es claro y la lección para nosotros tendrá siempre rabiosa actualidad: el jefe de la sinagoga antepone la observancia de las leyes, según su interpretación, a la vida misma de las personas. Jesús, en cambio, impone las manos y cura a aquella mujer encorvada para que quede en claro la misericordia de Dios, la importancia de una vida ante las observancias humanas, llevadas al extremo. Jesús, además, echa en cara a aquellos fundamentalistas la sinrazón de sus actitudes: la liberación del sufrimiento humano, la ruptura de las cadenas que esclavizan, la persona humana, es lo primero y lo más importante. Jesús mira con amor infinito las situaciones humanas, mira nuestro corazón dolorido. Y, enseguida, extiende sus brazos para devolvernos la salud, la libertad, la paz.
Señor, queremos mirar siempre, lo primero de todo, el corazón de nuestros hermanos, descubrir sus males, detectar sus problemas más hondos, para extender nuestras manos y curar sus heridas.