Na Sra. del Puig;
Na Sra. de la Cinta;
Gil; Josué; Simeón
Estilita el Viejo
XXII del TO.
2° del salterio
1Tes 5,1-6.9-11 /
Sal 26 / Lc 4,31-37
Lucas 4,31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Se quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Jesús le intimó: «¡Cierra la boca y sal!». El demonio tiró al hombre por tierra en medio de la gente, pero salió sin hacerle daño. Todos comentaban estupefactos: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». Noticias de él iban llegando a todos los lugares de la comarca.
La fascinación de Jesús
Destaca en la escena la fascinación de la gente por Jesús. ¿De dóne brotaba esa fascinación? Primero, de su verdad, de la preservación que hacía de su misión, de la fidelidad que mostraba en la comunicación de la Buena Noticia, pero, sobre todo, de su cercanía a la gente, del poder de su palabra para imponerse a las fuerzas el mal. Jesucristo «no va a lo suyo», va directamente al corazón e cada persona. No se queda en el anuncio sino que desciende a u realización. ¿Qué fascina de Jesús? Su mirada que penetra con
dulzura y firmeza; sus manos que estrechan otras manos. Jesús es todo: manos, pies, ojos para nosotros; nos acaricia, nos busca, nos mira, nos invita a seguirle, cura las heridas sangrantes de nuestra Vida.
Señor, queremos sentirte a nuestro lado, queremos escuchar tu voz, queremos seguir tus pasos... Y saber que nos libras siempre de todo mal.