Sábado 14
losé Pionatelli:
Deodato de Rodez;
León de Asís
XXXII del T.O.
4° del salterio
Sab 18,14-16; 19,6-9
/Sal 104/Lc 18,1-8
Lucas 18,1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario". Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara"». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Jesús nos invita a orar siempre
Jesús nos invita a orar siempre, sin cansarnos. ¿Por qué no rezamos más? ¿Por qué no dedicamos unos minutos cada día para visitar al Señor en el Sagrario? ¿Por qué no dialogamos con Cristo? Sencillamente porque, muchas veces, no consideramos necesaria la oración. No hemos descubierto su grandeza -estar con el Señor unos minutos, abrirle nuestro corazón-, ni hemos experimentado sus bienes y sus frutos. La parábola de esta viuda que insiste ante el juez una y otra vez debe abrirnos los ojos para que aprendamos la importancia de la oración. Y esa importancia se concentra, se resume, en esta frase: «La oración nos consigue lo que de verdad necesitamos en la vida». Pero, ¿es posible? ¿De verdad podemos conseguir aquello que necesitamos? Sí, de verdad. Ahí tenemos el testimonio de la viuda.
Señor, enséñanos a orar, es decir, a acercarnos a Ti, con plena confianza, pidiéndote aquello que necesitamos en justicia, en la seguridad plena de que Tú nos escuchas, atiendes a nuestras peticiones, solucionas nuestros problemas. ¡Qué maravilla poder hablar contigo!