domingo 8
Adeodato; Atanasio
de Nápoles;
Eufrosina; Bta. Isabel
de la Trinidad; Bto.
Juan Duns Scoto
4° del salterio
1Re 17,10-16/Sal
145 / Heb 9,24-28/
Mc 12,38-44
1Reyes 17,10-16
En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba». Mientras iba a buscarla, le gritó: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan». Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda solo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos». Respondió Elías: «No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra"». Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Salmo 14
Alaba, alma mía, al Señor.
Hebreos 9,24-28
Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres —imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces —como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo—. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.
Marcos 12,38-44
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Estos recibirán una sentencia más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
¡Qué escena más entrañable!
¡Qué escena más entrañable! La viuda pobre echando todo lo que tiene en el arca del Tesoro. No olvidemos que, en tiempos de Cristo, las viudas, los huérfanos y los extranjeros constituían las tres clases sociales más abandonadas y, por tanto, más necesitadas. Tres preciosas enseñanzas: primera, saber mirar a la gente, adivinando lo que hay en su corazón: «Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas...». «Saber mirar es saber amar». Segunda, Cristo nos enseña a saber valorar a la gente. ¡Cómo ve a la pobre viuda y valora su gesto: darlo todo, dar todo lo que tenía! ¡Cuántas equivocaciones en nuestras valoraciones! Tercera, Cristo nos indica las características de nuestras limosnas: dar de lo nuestro; dar de lo necesario; dar con generosidad.
¡Señor, que aprendamos de esta pobre viuda la gran lección: no solo dar, sino darnos! ¡Es fácil dar algo de lo nuestro, pero es más difícil entregar el corazón! ¡No se trata de ofrecer unas monedas sino la vida entera!