domingo 11
Soledad Torres
Acosta; Na Sra. de
Begoña; Alejandro;
Bruno de Colonia;
Kenneth; Juan XXIII
4° del salterio
Sab 7,7-11 /Sal
/ Heb 4,12-13 /Mc
10,17-30
Sabiduría 7,7-11
Supliqué, y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
Salmo 8
Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda nuestra vida será alegría.
Hebreos 4,12-13
La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Marcos 10,17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño». Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!». Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones—, y en la edad futura, vida eterna».
Vivir como el propio Jesús
la escena es entrañable y ofrece hermosos mensajes: primero, aquel joven que pregunta, sencillamente, porque quiere ser mejor; segundo, la mirada de Jesús —«se le quedó mirando con cariño»—; tercero, y con aquel cariño, Jesús le vino a decir que dejara de seguir confiando en el dinero, apeteciendo dinero. Jesús le dijo sencillamente que viviera como vivió él mismo: con sus intereses y preocupaciones puestos en el dolor de la gente, no en las propias ganancias. Hay dos hermosas respuestas en la escena para nuestra vida: «los que lo dejan todo por el Señor tienen garantizada la
vida, la plenitud, la felicidad». Y, por último, ese «Dios lo puede todo», que ilumina y enardece nuestra confianza.
Señor, necesitamos saber qué hemos de hacer para ser felices; necesitamos conocer a fondo tus proyectos sobre cada uno de nosotros; necesitamos que nos digas cómo hemos de actuar en esta hora. En la oración, nos esperas siempre para ofrecernos las respuestas.