lunes 28
S. Wenceslao / S.
Lorenzo Ruiz y
comp., m.l.
Adolfo y Juan;
Antonino; Simón de
Rojas; Bernardino
XXVI del TO.
2° del salterio
Zac 8,1-8 /Sal 101 /
Lc 9,46-50
Lucas 9,46-50
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante». Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir». Jesús le respondió: «No se lo impidáis: el que no está contra vosotros, está a favor vuestro».
El tesoro de la humildad
En el evangelio encontramos varios pasajes en los que se nos habla de la obsesión de aquellos apóstoles: saber quién es el más importante en el reino de los cielos; conocer las claves para ocupar los primeros puestos; encaramarse por encima de los demás. O lo que es lo mismo: el afán humano por sobresalir sobre los demás, por ser más importante que los otros. Suele decirse que la apetencia por ser importante es más fuerte que la apétencia por ser rico. ¡Hasta dónde llega nuestra vanidad y nuestro deseo de poder humano! Ese «endiosamiento» nos persigue siempre y nos abre a luchas encarnizadas. Jesús va inculcando a sus apóstoles el valor de la humildad, porque una persona humilde está siempre abierta a la acogida. La apuesta de Dios es por lo más pequeño, por lo más débil. En una palabra, por el que más lo necesita.
Señor, ojalá aprendamos bien la lección de la humildad. La escala de valores no está en el poder sino en el amor y en la entrega. Todo poder avasalla siempre, y quiere saltar por encima de un prójimo al que se utiliza y se humilla. La imagen del niño enternece nuestro corazón.