jueves 19
Abdías; Rafael de S.
José Kalinowski
XXXIII del T.O.
1° del salterio
1Mac 2,15-29 /Sal
49 / Lc 19,41-44
Lucas 19,41-44
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: «¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida».
Jesús inaugura un nuevo culto
En este texto evangélico nos encontramos a Jesús vaticinando y profetizando la destrucción de la ciudad santa y, con ella, la desaparición del templo. Está claro que Jesús inaugura un nuevo culto: la verdadera adoración a Dios no será el culto ligado a un edificio, a un templo de piedra, sino el culto «en Espíritu y verdad». Jesús no ofrece a Dios un culto ritual, sino que se ofrece a sí mismo en su existencia toda. San Pablo lo proclamará con fuerza en la Carta a los hebreos: «No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios». Contentarnos solamente con nuestra presencia en las naves del templo, asistiendo y participando en las solemnidades litúrgicas, sería quedarnos a mitad de camino. Es nuestra vida la que cuenta para el Señor, el ofrecimiento de nuestra persona a su voluntad, a lo que quiere de nosotros.
Esta es la experiencia fundamental del apóstol: conocer a Cristo es amarlo y seguirlo en la concreta y ordinaria vida cotidiana. Mira si eres fiel a ese propósito de tratarlo y de vivir con Él los momentos —difíciles y fáciles— de tu jornada.
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