lunes 14
Exaltación de la
Santa Cruz, f.
Cruz; Crescenciano;
Salustia; Víctor
Oficio de la f
Núm 21,41)-9 / Sal
77 / Flp 2,6-11 /Jn
3,13-17
Juan 3,13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna». Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El misterio de la cruz
Hoy dirigimos nuestra mirada a la cruz de Cristo, en la fiesta de su Exaltación. Ante todo, es un misterio. ¡Y cuánto pesa este misterio! La cruz de Cristo antes que «misterio de amor» es sencillamente misterio. Misterio sin más, misterio desnudo. No pretendamos abarcarlo. Arrodillémonos ante ella, y adoremos lo que la cruz significa. Por eso, la Iglesia canta en tiempo de pasión: «¡Resplandece el misterio de la cruz!». El misterio de la cruz, lo que ella significa, debe hacerse vida en nosotros, carne y sangre nuestras, entrega y sacrificio. Debe hacerse Pascua. Porque la cruz no solo es entrega, sacrificio y muerte; es, ante todo, vida, triunfo, resurrección. La cruz es Pascua. ¡Oh Cruz, misterio de amor, de entrega sin condiciones!
La fuerza y la luminosidad de la cruz provienen o dimanan de aquel que pende de ella. «Mi fuerza y mi fracaso eres Tú, mi herencia y mi pobreza; mi muerte y mi vida. Tú, palabra de mis gritos, silencio de mi espera, testigo de mis sueños, ¡cruz de mi cruz!».
No hay comentarios:
Publicar un comentario