Martes 15
María Crucificada di
Rosa; Urbez; Jacob
III de Adviento
3° del salterio
Sof 3,1-2.9-13 /Sal
33 / Mt 21,28-32
Mateo 21,28-32
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". Él le contestó: "No quiero". Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor". Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?». Contestaron: «El primero». Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis».
La fuerza de las obras
La pequeña parábola aborda el lenguaje de las obras. ¿Dónde está la clave de nuestro proceder cristiano? En la conducta, en los hechos, en las obras. Ovidio nos decía que «las dulces palabras vuelan», pero que «los hechos permanecen». Cristo nos invita a que seamos siempre coherentes y a que pongamos especial énfasis en nuestro modo de actuar, conforme a los criterios evangélicos. Nos lo dirá también en otro pasaje: «por sus frutos los conoceréis». Serán los frutos de nuestras vidas la mejor etiqueta de nuestro cristianismo. El concilio Vaticano II ya nos señalaba que una de las causas del ateísmo en el mundo residía precisamente en la actuación incoherente de los creyentes cristianos. Desgraciadamente, son nuestras obras las que no refrendan nuestra vida, a pesar de tantas palabras, de tantas explicaciones. El testimonio es el principal argumento de nuestras coherencias.
Señor, que nosotros digamos lo que pensamos y hagamos lo que decimos, es decir, que seamos coherentes con el evangelio que proclamamos.
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