Sábado 31
Alonso Rodriguez;
Quintín; Jerónimo
Hermosilla; Bta
María Purísima de
la Cruz
XXX del T.O.
2° del salterio
Rom 11,1-2a.11-12
25-29/Sal 93 /Lc
14,1.7-11
Lucas 14,1.7-11
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: "Cédele el puesto a este". Entonces, avergonzado, iras a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba". Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
La vanidad nos ciega
Jesucristo va tomando de la realidad, de los comportamientos humanos, una serie de enseñanzas para ordenar nuestras vidas conforme a su hermosa escala de valores: el respeto, la dignidad, la felicidad y el disfrute de la vida de cada persona. Y se va dando cuenta de cómo la gente, y aquellos pequeños líderes religiosos, buscan la vanidad de los honores, saltándose, si hace falta, los derechos y la dignidad del prójimo. La enseñanza que Cristo quiere grabar en nuestras vidas es clave: lo primero y lo esencial es el ser humano. Quizás no nos demos cuenta, pero una de las grandes sombras que nublan la vista es la vanidad, junto al poder, el dinero y el placer. La vanidad enturbia nuestra mirada, hasta despeñarnos en el olvido del prójimo, sin respeto a sus derechos. ¡Y todo esto a propósito de una comida en casa de un fariseo!
«Todos los creyentes han de comprender —nos decía Benedicto XVI— la necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada, porque solo así se vuelve creíble el anuncio del Evangelio».
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