sábado 26
Stos. Cosme y
Damián, m.I.
Cipriano de
Antioquía; Teresa
Couderc
XXV del TO.
1° del salterio
Zac 2,5-9.14-15a /
Sal ler 31,10-13 /Lc
9,43b-45
Lucas 9,43b-45
En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres». Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
¿Por qué tantos miedos?
Jesús, en su caminar, en la predicación de su reino, va levantando admiración, seguimiento y respeto, por una parte, y por otra, rechazo a lo que dice y hace. De nuevo, anuncia su pasión y muerte, pero «ellos no entendían este lenguaje». ¿Por qué? Sencillamente porque sus planes no coincidían con los planes de Dios. Habían planteado un seguimiento de Jesús basado en las ventajas humanas, en los poderes temporales. Las aspiraciones de los discípulos no coincidían con los proyectos de Jesús. Y eso es algo que nos ocurre a todos. En vez de acoger los caminos del Señor para recorrerlos con Él, anteponemos los nuestros para que Él los acepte, siendo, en muchas ocasiones, diametralmente opuestos a los suyos. Nos cuesta reconocerlo, pero los miedos de aquellos discípulos son también nuestros propios miedos.
Señor, ya sabemos tus caminos: pasión, muerte y resurrección. Ya conocemos los valores de tu reino: verdad, amor, justicia y libertad. Y hemos aprendido la lección de tu vida: Entregarnos y realizar la voluntad del Padre, cada día, cada hora. ¿Por qué, entonces, Señor, tanto miedo y tanta angustia?
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