sábado 5
Lorenzo Justiniano;
Obdulia; Bta. Teresa
de Calcuta
XXII del T. o.
2° del salterio
Col 1,21-23 / Sal53
/ Lc 6,1-5
Lucas 6,1-5
Un sábado, Jesús atravesaba un sembrado; sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Unos fariseos les preguntaron: «¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?». Jesús les replicó: «¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes presentados, que solo pueden comer los sacerdotes, comió él y les dio a sus compañeros». Y añadió: «El Hijo del hombre es señor del sábado».
Lo que importa es el bien
De nuevo nos encontramos con las normas y las observancias legales, a propósito de un hecho que apenas tiene importancia: coger unas espigas para alimentarse. Y, enseguida, la intervención del fariseo: «por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?». La respuesta de Cristo pone en su punto la cuestión, con el ejemplo de David: Jesús tiene más respeto al hambre de la gente que a los panes del altar. A lo largo de todo el evangelio, nos vamos encontrando con la actitud del Señor: la persona y sus problemas, el corazón humano sangrando por las heridas, la oscuridad y las enfermedades que asolan al mundo requieren la atención primera ante observancias que pueden resultar baladíes o con mínima importancia.
Señor, cómo nos reconforta saber que nos miras, que nos quieres, que te preocupas por nosotros, que estás pendiente de nuestras primeras necesidades. ¡Cómo nos entusiasma que nos ames con locura!
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