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miércoles
Sta. María
Magdalena, m.o. Cirilo de Antioquía; Platón; Teófilo
XVI del T.O.
4a del salterio
Éx 16,1-5. 9-15 / Sal 77 / Mt 13,1-9 (o bien: Cant 3,1-40 /Sal 62 /.1n 20, 1.11-18)
Mateo 13,1-9
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió tanta gente a él que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; y como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga».
Atentos a nuestro corazón
La semilla está ahí, en la mano del sembrador, que la arroja con fuerza y con ilusión a la besana de nuestros corazones. Jesús nos va señalando en la parábola las distintas clases de tierra, las distintas situaciones para acoger la semilla: el borde del camino, donde la semilla se pierde; el terreno pedregoso, sin profundidad alguna, donde la semilla no puede apenas brotar; el terreno lleno de zarzas y de malas hierbas que no dejan crecer la semilla. Y, al fin, la tierra buena, la que produce abundantes frutos. ¿Cómo «fabricar» esa tierra buena? Abriéndonos con ilusión y esperanza a la llegada de la semilla, confiando en su fuerza transformadora. Acoger y cuidar, valorar y confiar. Son actitudes básicas de una buena tierra que recibe la mejor semilla.
Señor, yo quiero ser esa tierra buena que acoge tu semilla, que escucha tu palabra, que se abre al riego de tu gracia y de tus dones; quiero ser besana confiada, para poder así saborear el fruto de una buena cosecha.
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